Entre los años 1931 y 1932 el psicólogo Winthrop N. Kellogg, doctorado en la Universidad de Columbia y profesor de la Universidad de Indiana, cuya área de especialización se hallaba en el estudio del condicionamiento, la conducta y el aprendizaje, decidió llevar a término un experimento consistente en educar como si fueran hermanos, utilizando la misma ropa, juguetes y utensilios, (para así observar y estudiar la evolución y aprendizaje de ambos bajo un entorno similar), a su propio hijo Donald de diez meses y a una hembra de chimpancé de nombre Gua de siete meses y medio de edad. Sorprendentemente, la humanización de la mona no se hizo esperar.
El experimento tenía como principal objetivo discernir cuándo se crea esa brecha que, racionalmente, separa al humano de la bestia pero también probar la idea según la cual un niño salvaje no consigue readaptarse a la sociedad no por deficiencias intelectuales, sino por la dificultad de cambiar de hábitos adquiridos desde muy temprano, pero dado que experimentar con seres humanos estaba y está prohibido, a Kellogg se le ocurrió darle la vuelta al asunto, y la solución fue experimentar con un animal educado en un medio de hombres.
Adoptó, pues, a una bebé chimpancé y se dedicó durante nueve meses a criarlo junto a su hijo sin hacer distinciones entre ninguno de los dos. Lo más curioso de todo fue descubrir algo inimaginable: que el desarrollo emocional de Gua fue mucho más deprisa que el de su propio hijo. Por ejemplo, la mona demostraba miedo y lo aliviaba abrazándose al muchacho. O sentía celos envidiando los juguetes del niño y se los arrebataba. Gua desarrolló también dependencias físicas y psicológicas. Necesitaba los cuidados y atenciones como cualquier niño y sufría cuando su cuidador, o sea, el propio Kellogg, se ausentaba.
Gua aprendió a reírse. Al principio como respuesta a las cosquillas que le hacían, luego sin necesidad de las mismas. Y aprendió también a besar y a darle un significado de "perdón" al beso, cosa que el niño tardaría más en aprender. El hábito de comer con cubiertos y de caminar sobre sus dos patas traseras fue otro de los logros del pequeño simio que también dejó antes de mojar los pañales.
Al mismo tiempo, y ocurriendo exactamente lo contrario a lo que esperaba el psicólogo, no sería la chimpancé la que se "humanizaría" en compañía del chico sino que fue Donald quien comenzó a desarrollar las conductas propias de un chimpancé. Desde emitir sonidos característicos hasta probar todo con la boca imitando el patrón representativo de estos simios.
Pero lo más sorprendente fue que Gua resultó ser más eficiente que Donald a la hora de entender el lenguaje. Y si bien terminaron siendo separados, Donald mostró con el pasar del tiempo que varios de los modismos y conductas aprendidos de la chimpancé quedarían patentes en él durante toda su existencia.
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