sábado, 10 de marzo de 2012

Cuando el saber "sí" ocupaba lugar

Desde los albores de la humanidad, las distintas civilizaciones se preocuparon por conservar los conocimientos adquiridos y transmitirlos a sus descendientes, primero en forma oral y luego escrita. Este "saber" de la humanidad ocupaba, en libros y publicaciones de diverso tipo, un inmenso espacio material, desmintiendo el antiguo proverbio que dice que el saber no ocupa lugar.
BIBLIOTECAS EN LAS ROCAS
Ampliando un poco el significado del término, podemos llamar "bibliotecas" a todos aquellos lugares donde se han conservado documentos escritos. Sin duda, las primeras bibliotecas fueron las paredes de las cavernas, donde los hombres de la Edad de la Piedra, hace decenas de miles de años, dibujaron y grabaron, con maravillosos trazos y sorprendentes colores, animales de su época (bisontes, renos, tigres, etc.), hombres y mujeres, tal como los veían sus primitivas mentes, y escenas de caza, de pesca, de trabajo y de festejos. Ejemplos magníficos son las cuevas de Altamira en España, Lascaux en Dordoña, Francia, o Addaura en Palermo, Italia.
LAS PAREDES QUE HABLAN
Con el andar del tiempo, ya asentado en ciudades situadas en las cuencas de los grandes ríos del Oriente Medio (Tigris, Éufrates, Nilo) que regaban los cultivos y cuyas crecientes periódicas fertilizaban los campos, el ser humano -hace unos miles de años- cambió lentamente los dibujos de las cosas por otros esquemáticos que representaban, al principio, directamente los objetos (por ello se llama escritura pictográfica). Luego, esas representaciones pasaron a ser, en realidad, los símbolos de las palabras utilizadas para designar los objetos, pero que pueden servir para distintos usos; esta escritura es la jeroglífica de los egipcios o de los mayas en América Central. Por último, esos caracteres esquemáticos ya ni siquiera representaban lo que dibujaban, sino solamente su forma puramente fonética (es decir, la pronunciación oral), constituyendo la escritura ideográfica, ampliamente extendida en los pueblos del Oriente.
Conocemos toda esta variedad de escrituras, así como las cosas que relatan, cuando ha sido posible descifrarlas, gracias a que babilonios, sumerios, egipcios, mayas y otros pueblos las estamparon en las paredes de sus monumentos funerarios y sus palacios. De esta manera, tumbas egipcias y galerías de sus pirámides aparecen, a nuestros atónitos ojos, totalmente cubiertas por los relatos de la historia de sus reyes, leyendas, hechos notables, en escritura jeroglífica, cuya extensión total, si la sumáramos, ocuparía centenares de kilómetros de paredes.
LOS LIBROS DE PIEDRA
Otros lugares utilizados por los hombres para dejar constancia de su paso y sus acciones son los tallados en piedra, constituyendo "estelas" (como la que contiene el famoso código del rey babilónico Hamurabi), obeliscos y columnas primorosamente tallados con la descripción de poemas, epopeyas y leyes.
Cuando en los últimos 5.000 años se hubo simplificado la escritura con la invención de los primitivos alfabetos, verdaderos códigos de símbolos que persisten en comunicarnos y transmitirnos ideas, sentimientos y conocimientos, entonces hacen su aparición los titubeantes días de la historia. Lamentablemente, la mayor parte de ellos se han perdido.
ROLLOS DE PAPIRO
Para esa época, ya los egipcios habían desarrollado el papiro, una especie de papel grueso muy primitivo pero resistente, obtenido de las hojas de una variedad de juncos, precisamente el papiro, que crece en el delta del río Nilo. Sobre él escribieron sus jeroglíficos y, más adelante, sus palabras en alfabeto demótico (a través del cual fue posible descifrar los jeroglíficos).
Estas escrituras se conservaron en rollos en la antigua biblioteca de Tebas o en la de Alejandría, que llegó a tener más de cuatrocientos mil volúmenes y fue parcialmente destruida por César en el año 47 antes de Jesucristo.
Los griegos y los romanos escribieron también en estos rollos los conocimientos compilados por sabios y filósofos, como Aristóteles, Pitágoras y muchos otros.
EL PERGAMINO
Durante la Edad Media, los conocimientos encontraron refugio en los monasterios, donde sus depositarios, los monjes (casi las únicas personas que sabían leer y escribir), los transcribían a mano en primitivos papeles y sobre pergaminos, que son cueros de animales o vejigas de cerdo o cabra especialmente procesados.
Otro tanto hicieron los filósofos, médicos, poetas e investigadores en las cortes de los califas árabes, que en los momentos de su máximo esplendor y expansión ocuparon parte de Europa; hasta que en 1641 el califa Omar mandó quemar la biblioteca de Alejandría por considerarla pecaminosa, ya que creía que el Corán era el único libro de valor, y allí se perdieron, irreparablemente, grandes cantidades de obras filosóficas, poéticas y científicas de la antigüedad.
POR FIN, LA IMPRENTA
Durante el Renacimiento vuelve a popularizarse la enseñanza de la escritura y la lectura, gracias al perfeccionamiento del papel y a la difusión de la imprenta (de origen chino, pero perfeccionada en Europa por Juan Gutenberg hacia 1446). Las publicaciones de libros se hicieron más fáciles y se fueron extendiendo a todos los confines del mundo conocido por aquellos días. Las bibliotecas ocuparon lugar de importancia en los palacios de los poderosos señores del Renacimiento, como es elocuente ejemplo el magnífico proyecto y construcción que llevó a cabo el genial Miguel Ángel para la biblioteca del palacio de los Medici, en Florencia.
EL ENORME ESPACIO DEDICADO A LAS BIBLIOTECAS
Desde que un simple código, el alfabeto, hace tan sencilla la transmisión de ideas y conocimientos a través de la escritura, estos se fueron acumulando en libros, revistas, diarios, artículos y otras mil formas de difusión, cuyo número fue creciendo fabulosamente con el perfeccionamiento técnico del papel y de la imprenta rotativa.
Las bibliotecas comenzaron a organizarse sobre la base de los archivos de publicaciones completas, de todas las disciplinas, libros y revistas, confeccionando fichas de cada artículo, que se archivan por autores, temas, materias, etc., lo que permitía su ubicación y consulta en breve tiempo y con precisión. Estas bibliotecas generales van siendo reemplazadas por otras donde solamente una parte de la ciencia, la técnica o el arte es archivada y clasificada; por ejemplo, bibliotecas de veterinaria, de historia, etcétera.
LAS MONTAÑAS DE ESCRITOS
Como las publicaciones siguen creciendo y ocupando cada vez más vastos lugares, se fueron ideando medios para ahorrar espacio. Así comenzaron a publicarse índices que contienen solamente resúmenes de los artículos publicados sobre un tema, durante el año inmediato anterior; más útiles aún resultaron ser los archivos fotográficos: pequeñas transparencias o diapositivas de las páginas de los artículos que se podían archivar en poco espacio y consultar a través de un visor luminoso.
Luego se emplearía la técnica del microfilm, con la cual, en un minúsculo rollo de película, se podían guardar libros enteros y podían ser pasadas a voluntad en una microcabina cinematográfica. La clasificación y codificación de estas inmensas cantidades de material escrito solamente eran posibles con la ayuda de computadoras electrónicas.
Y en eso que llegó Internet... con el resultado que todos conocemos.

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