(J. Mínguez) - El jugador más genial de la historia del ajedrez". Ésa era la sencilla y contundente definición que articuló Gary Kasparov para definir a Bobby Fischer (USA, Chicago, 9 de marzo de 1943). Ayer, la Radio Nacional de Islandia (RVU) informó escuetamente del fallecimiento este jueves pasado del ex campeón del mundo de ajedrez "tras una larga enfermedad" en Reikiavik, donde vivía desde marzo del año 2005 huido de la justicia estadounidense. En octubre y noviembre, según medios de su país natal, ya estuvo ingresado por trastornos paranoicos y falleció por una insuficiencia renal.
La mente prodigiosa de Fischer (entre 181 y 184 puntos, cuando se considera superdotado a partir de 130) alzó al hombre a la cumbre en 1972, cuando derrotó a Boris Spassky en una serie legendaria de partidas (12,5 a 8,5 con victoria del ruso en las dos primeras) que acabaron con un dominio soviético de 24 años y le convertían en el primer campeón estadounidense. El desorden y la locura frente al método. El comunismo de la URSS frente al capitalismo yanqui. Richard Nixon contra Leonidas Breznev. CIA ante KGB... En síntesis, la Guerra Fría jugada sobre un tablero ajedrezado. Fischer pasaba a la categoría de leyenda, de excéntrico héroe nacional; de judío ejemplar que no jugaba en Sabbath para respetar el día de descanso.
Sin embargo, esa misma mente que trabajaba incansable en un pequeño tablero que trasportaba a todas partes, le nubló la visión. De repente, en 1975, renunció a defender su título y desapareció. Se hizo carne de nuevo en 1992 para desafiar a la Administración USA al disputar una revancha en Yugoslavia con Spassky (con tres millones de dólares en una cuenta de Suiza como condición). Sobre el país balcánico, sacudido por los procesos de independencia de Eslovenia y Croacia, pesaba el embargo internacional. Fischer no hizo caso a las advertencias y fue condenado por "traición". Podía enfrentarse a diez años de cárcel. Y volvió a esfumarse.
Sus pistas llevan a habitaciones de Hungría, de Japón y de Filipinas con una orden de busca y captura detrás. En 1991 salieron a la luz unas declaraciones suyas que encendían la llama contra EE.UU. y el pueblo judío. Fischer se cobraba factura y pasaba de héroe a villano. "Los crímenes perpetrados por los judíos y EE.UU. en Japón (bomba atómica), Irak y Palestina han hecho que donde las den las tomen", declaró con la imagen del atentado del 11-S en las Torres Gemelas aún reciente. Lamentable comentario, sin duda. Su país, en 1998, decidió subastar todos sus bienes personales en Pasadena (California). Quería borrar al prófugo de su historia.
El 13 de julio de 2004, un eficaz funcionario nipón chequeó el pasaporte de Fischer cuando este intentaba viajar a Filipinas. Se comprobó que era un prófugo y se le internó en un centro de Ushiku. Una situación que duró hasta el 27 de abril de 2005, cuando el agradecido gobierno islandés le otorgó un pasaporte que evitaba la prisión en EE.UU. El desaliñado Fischer retornaba a Reikiavik llamando "criminal" a Bush, "bastardo" a Koizumi, proclamando que "si jugara, sería el mejor", acusando a Kasparov y Karpov de "amañar" sus partidas y buscando consuelo en la soledad y en su pequeño tablero portátil. Hasta el jueves, cuando se extinguió su genio.
La mente prodigiosa de Fischer (entre 181 y 184 puntos, cuando se considera superdotado a partir de 130) alzó al hombre a la cumbre en 1972, cuando derrotó a Boris Spassky en una serie legendaria de partidas (12,5 a 8,5 con victoria del ruso en las dos primeras) que acabaron con un dominio soviético de 24 años y le convertían en el primer campeón estadounidense. El desorden y la locura frente al método. El comunismo de la URSS frente al capitalismo yanqui. Richard Nixon contra Leonidas Breznev. CIA ante KGB... En síntesis, la Guerra Fría jugada sobre un tablero ajedrezado. Fischer pasaba a la categoría de leyenda, de excéntrico héroe nacional; de judío ejemplar que no jugaba en Sabbath para respetar el día de descanso.
Sin embargo, esa misma mente que trabajaba incansable en un pequeño tablero que trasportaba a todas partes, le nubló la visión. De repente, en 1975, renunció a defender su título y desapareció. Se hizo carne de nuevo en 1992 para desafiar a la Administración USA al disputar una revancha en Yugoslavia con Spassky (con tres millones de dólares en una cuenta de Suiza como condición). Sobre el país balcánico, sacudido por los procesos de independencia de Eslovenia y Croacia, pesaba el embargo internacional. Fischer no hizo caso a las advertencias y fue condenado por "traición". Podía enfrentarse a diez años de cárcel. Y volvió a esfumarse.
Sus pistas llevan a habitaciones de Hungría, de Japón y de Filipinas con una orden de busca y captura detrás. En 1991 salieron a la luz unas declaraciones suyas que encendían la llama contra EE.UU. y el pueblo judío. Fischer se cobraba factura y pasaba de héroe a villano. "Los crímenes perpetrados por los judíos y EE.UU. en Japón (bomba atómica), Irak y Palestina han hecho que donde las den las tomen", declaró con la imagen del atentado del 11-S en las Torres Gemelas aún reciente. Lamentable comentario, sin duda. Su país, en 1998, decidió subastar todos sus bienes personales en Pasadena (California). Quería borrar al prófugo de su historia.
El 13 de julio de 2004, un eficaz funcionario nipón chequeó el pasaporte de Fischer cuando este intentaba viajar a Filipinas. Se comprobó que era un prófugo y se le internó en un centro de Ushiku. Una situación que duró hasta el 27 de abril de 2005, cuando el agradecido gobierno islandés le otorgó un pasaporte que evitaba la prisión en EE.UU. El desaliñado Fischer retornaba a Reikiavik llamando "criminal" a Bush, "bastardo" a Koizumi, proclamando que "si jugara, sería el mejor", acusando a Kasparov y Karpov de "amañar" sus partidas y buscando consuelo en la soledad y en su pequeño tablero portátil. Hasta el jueves, cuando se extinguió su genio.
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