sábado, 9 de febrero de 2013

En busca del Amor

Cuando un griego de la antigüedad paseaba con la ubre de una hiena prendida de su brazo izquierdo, estaba firmemente persuadido de que ninguna joven podría resistírsele. Si esto fallaba, aún sabría prepararse un mejunje de intensa eficacia amorosa con sesos de una ternera, con pelos del rabo de un lobo, con huesos de serpiente, con las plumas de un búho, e incluso con fragmentos de un cadáver humano.
En todos los tiempos, hombres y mujeres de todas las razas han buscado solícitamente filtros amorosos. En la Roma antigua las matronas llegaron a preparar brebajes tan fuertes que fueron prohibidos por dañinos. Es creencia popular que el poeta Lucrecio se volvió loco por culpa de uno de esos dañosos bebedizos. Según el historiador Suetonio, el emperador Calígula sufrió una desgracia parecida. Según las habladurías de la época, los filtros que le administró su esposa, decidida a conservar su amor, le llevaron a la insania. No se conocen los ingredientes empleados.
En los harenes de Constantinopla, hacia el año 400 antes de J.C., el griego Hipócrates, padre de la medicina, recomendaba los pasteles hechos con miel y leche de burra. Algunos todavía suponen que la miel es un buen afrodisíaco, pero esta creencia no tiene base científica.
Muchos de los más antiguos filtros amorosos estaban hechos con flores y hierbas que, para obtener mejores resultados, debían recogerse la víspera de San Juan. La mandrágora, según la Biblia, actuaba como afrodisíaco y como droga de la fertilidad. En el libro del Génesis puede leerse que la hermosa y estéril Raquel pidió a Lía, poco agraciada y fecunda, la mandrágora, que los hijos de esta recogieron mientras jugaban en el campo. En la Inglaterra feliz del siglo XVI, las caléndulas, conocidas algunas veces con el nombre de novias de verano, eran consideradas como símbolo de constancia y amor duradero. Todavía las prefieren algunas mujeres para su ramo de novia.
Durante la Edad Media, en el sudeste de Europa, las mujeres empleaban un medio más complicado para corregir los devaneos de su esposo o de su prometido. Levantaban la tierra de alrededor de las pisadas del hombre y sembraban caléndulas en ella. Si esto no daba resultado, sólo quedaba llorar u olvidar. Por entonces también se recomendaba como "buena medicina amorosa" introducir semillas de ciclamen y de helecho en bizcochos y dulces. Pero la joven debía poner sumo cuidado no sólo en recoger las semillas la víspera de San Juan, sino en hacerlo del modo adecuado. Para ello debía colocar una Biblia bajo la planta y con un tenedor de madera de avellano agitar las semillas para que cayeran en un plato de estaño. Bajo ningún pretexto debía rozar con su piel la planta ya que, en lugar de vencer en el amor, desataría sobre sí a una caterva de demonios.
Muchos artículos alimenticios de uso corriente han sido más apreciados como estimulantes del instinto sexual que por sus verdaderas propiedades vitamínicas. Los antiguos griegos solían dar forma fálica al pan en la creencia de que esto les procuraría mayor potencia sexual. En el pasado, la gente tomaba huevos por el mismo motivo, pues siempre se han considerado como símbolo de la procreación y de la vida. Se dice que cuando la patata llegó a España en el año 1534, alcanzó un precio exorbitante que equivaldría hoy a unos 1.400 euros el kilo. Pero ello no fue debido a su novedad gastronómica, sino a su reputación de alimento amoroso. Durante siglos el tomate disfrutó de análogas consideraciones, quizá debido a que uno de sus primeros nombres, pomo d'ore (manzana de oro), se transformó en pomme d'amour (manzana de amor). En Inglaterra las manzanas del amor se acogieron con reservas, pues, según se decía, fomentaban una pasión excesiva. Los puritanos extendieron el rumor de que eran venenosas, y el tomate pareció estar proscrito durante dos siglos de las mesas inglesas hasta que en 1830 volvió a considerarse manjar alimenticio.
Se sabe que los amantes de todos los tiempos han ingerido especias, porque pican y se dice que estimulan la pasión amorosa. Muchos alimentos procedentes del mar, como las ostras, el pulpo y el salmonete, han gozado (y todavía gozan) de las preferencias de los enamorados, quizá porque Afrodita, la diosa del amor y de la belleza, nació de la espuma del mar.
Una de las creencias más antiguas en el mundo del amor, todavía muy arraigada en Oriente, es la de las mágicas propiedades del polvo de cuerno de rinoceronte. En la India, debido a la insaciable demanda, el rinoceronte fue perseguido casi hasta su extinción, y hace apenas un siglo el Gobierno se vio obligado a crear reservas para conservar la especie. Pero la superstición persiste, y el cuerno de rinoceronte todavía se estima como afrodisíaco en la India y en el Extremo Oriente.
Otro exquisito manjar, muy estimado en Oriente como estimulante amoroso, es la sopa de nido de ave, preparada con la sustancia que segregan las golondrinas para hacer sus nidos. No existe prueba científica de que alguno de estos brebajes y filtros amorosos sirva para producir el resultado deseado. Para el agitado mundo moderno, el mejor alimento del amor quizá sean los complejos vitamínicos y, sobre todo, una programación racional de la existencia. El amor, como la planta, germina mejor en climas benignos.

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